monti otoño 2013

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Los mandarines y pontífices, la crítica gastronómica y la Red

Llevo en pocas semanas leídos ya media docena de descalificaciones, repletas de improperios, a la crítica, o simple opinión, gastronómica en la Red. Todas ellas de reconocidos comentaristas de los medios escritos de comunicación, algunos incluso críticos (en alguna ocasión). Alguno, incluso autor de meritorios Anuarios.

Es sorprendente el papel que puede deducirse que se pretenden arrogar: el de interpretes únicos de qué está bien y de qué no en el arte del buen comer y mejor beber. Como si el maltrato recibido en un restaurante o su deficiente calidad, nunca reseñados por ellos porque nunca lo sufriran por ser quienes son, no justificara un desahogo. Más: como si el lector de los mismos en alguna red fuera un subnormal incapaz de enterderlo como tal.

Ello además de otro elemento relevante que transcribo de alguien que sabe mucho más que yo aunque esté referido a la Red en general pero es de aplicación: "se echa de menos en su panorama algo más de acento en la vertiente creativa de la Red, que sin duda es importante. Hay gentes, que nunca habrían accedido a publicar en las ágoras que controlan los mandarines de la cultura y el mercado, que ahora publican y con mérito. Y si alguno lo hace por exhibirse es con el mismo derecho que tienen a exhibirse los pontífices de la opinión". Pues eso.

viernes, 24 de julio de 2009

Un poco de Historia: Desde la admiración (por Joe L. Montana)

La labor de crítica gastronómica está profundamente pervertida entre nosotros. Basta asomarse fuera -incluida la chovinista Francia- para percatarse de que aquí impera un tsunami adulador que sólo los límites de firmar como lo hago me impide denunciar con nombres. Algunos amigos reprochan mi severidad confundiendo el reconocimiento a la labor de los profesionales que admiro con que todo en ella o en sus restaurantes sea perfecto. Aquí siguen unos comentarios sobre los locales en donde trabajan, en mi opinión, algunos de quienes mejor cocinan en esta comunidad.

Ricard Camarena y Arrop. Hoy el mejor en ideas (guiso de habas y guisantes con caldo de moluscos) y en materia prima, a pesar de corta carta (mejor así si ampliarla reduce calidad). Pero siguen fallando los detalles aún con la meritoria insonorización que realizó. Un día es el rídiculo distanciamiento del servicio, que en Gandía da hasta risa. Otro el trepidante jazz de música ambiente. Otro el excesivo ruido desde la cocina. Debiera visitarlo de incógnito. Seguro que mejoraba.
Bernd Knöller y Riff. Casi la situación inversa. De una profesionalidad envidiable, con el lujazo de la admirable Paquita Pozo en la sala, sus propuestas me suelen parecer, y saber, demasiado barrocas. Su carta actual es quizá la que más sintoniza con mi gusto desde que hizo realidad Riff. Es todo un ejemplo de cordialidad y dinamismo, lo malo es que a un restaurante se va a comer.

Kiko Moya y La Escaleta. Excesivamente irregular pero compensa el viaje (a mediodía) fuera del invierno. Destacan los entrantes individuales (a pesar de lo exiguos de algunos como los berberechos con jamón y leche de almendras). Cuenta con una de las mejores cartas de vinos de la Comunidad pero amarga la velada la inaceptable premiosidad del sumiller al estilo de la Europa del Este antes de la caída del muro.

Quique Dacosta y El Poblet. El giro hacia un restaurante de más glamour (jefe de sala y sumiller extranjeros) transporta a la zona de Jorge Juan de Madrid. No puedo evitar la nostalgia. Es un portento de ideas pero la materia prima no siempre las sigue. Con algo más de humildad para saber que no todas, como el aloe, han tenido (ni tendrán) éxito, sería mejor. A su sumiller le falta de todo menos insistencia para tratar de imponer su criterio. Inaceptable (hoy -julio 2009-ha cambiado a mejor pero no es suficiente: desentona)

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